Un nuevo orden está gestándose bajo Trump

¿Qué podrían llegar a ser los Estados Unidos bajo el actual mandato de Trump y cómo podría configurarse el nuevo orden mundial? Esta es la pregunta con la que concluimos nuestro artículo anterior.

Tras los primeros 50 días de su mandato, queda claro que la nueva administración apuesta internamente por una transformación del gobierno federal y por el fortalecimiento del poder ejecutivo mediante la reorganización de las instituciones y el refuerzo de los poderes presidenciales.

Uno de sus principales objetivos es la reducción de la burocracia federal. Por ello, ha creado el Department of Government EJiciency (DOGE), confiando a Elon Musk el mandato de eliminar normativas medioambientales y laboralesconsideradas “excesivas”. El objetivo es reducir el personal federal y aumentar el número de contratistas privados, pero también centralizar el poder en manos del ejecutivo, disminuyendo el papel del Congreso y de las agencias independientes; además, depurar la administración de funcionarios no alineados. Estas iniciativas suponen un cambio de época en la gestión del Estado Federal, con el riesgo de erosión de la separación de poderes y de una mayor influencia de las empresas privadas en las decisiones públicas.

Al mismo tiempo, Trump ha iniciado un proceso para otorgar más poderes al presidente en tiempos de crisis, mediante el uso frecuente de las órdenes ejecutivas y del estado de emergencia. Ha limitado la autonomía de los estados demócratas — California, Nueva York e Illinois — imponiendo condiciones a los fondos federales. Además, con el objetivo de controlar el aparato de seguridad, ha purgado el Departamento de Justicia y el Pentágono de funcionarios hostiles y ha colocado fieles en puestos clave.

Finalmente, está politizando la judicatura y las fuerzas del orden, aumentando la presión para que la magistratura sea más leal, con nombramientos en los tribunales federales, y otorgando más poder al Departamento de Seguridad Nacional y al FBI para investigar protestas y grupos de oposición, tratando muchas manifestaciones como “actos de terrorismo interno”.

En términos de política económica y social, Trump apuesta por el proteccionismo y la desregulación. Ha lanzado un plan de reindustrialización forzada basado en aranceles elevados, en la reducción de impuestos a las empresas, en incentivos a la producción nacional y en la privatización parcial de programas sociales como Medicare y Medicaid. Si bien estas medidas pueden reactivar parcialmente algunos sectores manufactureros, también corren el riesgo de provocar un aumento de los precios internos, el retorno de la inflación, la desaceleración del crecimiento económico y la contracción del comercio internacional.

Estos esfuerzos podrían ir acompañados de recortes en el estado del bienestar y de la privatización de los servicios públicos. Un primer ejemplo es el recorte progresivo de la Seguridad Social, Medicare y Medicaid, bajo el pretexto de “modernizar el sistema”. Un segundo ejemplo es la desregulación en los sectores sanitario y educativo, con incentivos para los seguros y las escuelas privadas. Estas políticas conducen a un aumento de la desigualdad social y a una creciente polarización entre las clases altas y bajas.

Por último, siempre en el ámbito de la política económica y social, cabe destacar su plan de reforma fiscal agresiva, que incluye nuevas reducciones de impuestos para empresas y rentas altas, así como la reducción de los impuestos federales para trasladar el peso del gasto público a los estados, lo que afecta especialmente a los estados demócratas. Esto conlleva una posible crisis fiscal en los gobiernos locales, con recortes en servicios esenciales.

El último objetivo es la nueva política de inmigración e identidad nacional. La primera se concreta en el bloqueo de migrantes y la militarización de la frontera. Trump ha declarado la emergencia nacional en la frontera con México, con el despliegue de las fuerzas armadas, el cierre total de la frontera a solicitantes de asilo y la revocación de la ciudadanía por nacimiento de hijos de inmigrantes indocumentados. La segunda consiste en promover el nacionalismo cultural y luchar contra las ideologías woke. Esto incluye la revisión de los programas escolares y las restricciones a la libertad de expresión en universidades y medios de comunicación, con el corolario de ataques contra periodistas y plataformas digitales que no siguen la narrativa trumpista.

A nivel internacional, Trump actúa para redefinir el papel de los Estados Unidos y desestabiliza el orden mundial actual.

Su política exterior, inspirada en un supuesto unilateralismo y en un finto aislacionismo, abandona el multilateralismo tradicional para favorecer acuerdos bilaterales en los que EE.UU. impone las reglas. Las guerras

comerciales y las sanciones — convertidas en armas geopolíticas — han afectado tanto a estados hostiles como a aliados. Los aranceles punitivos a la UE, Canadá y México sirven más que para forzar renegociaciones comerciales favorables; son un tributo a las “guerras del Imperio” . Y las presiones sobre las empresas estadounidenses tienen como objetivo la repatriación de la producción y del capital invertido en el extranjero.

La nueva administración se ha retirado de tratados internacionales y ha abandonado la Organización Mundial de la Salud, con la justificación de que esta se basa en un “sistema corrupto”. También ha amenazado con salir de la OTAN, dejando a Europa con la gestión autónoma de su defensa. Por último, ha eliminado la ayuda económica a los países en vías de desarrollo y ha concentrado los recursos únicamente en aliados estratégicos.

Siempre en el ámbito de la política de poder, Trump persigue un enfrentamiento ambivalente con China, Rusia e Irán. Frente a China, adopta una política de contención más agresiva, heredada de administraciones anteriores, que incrementa la presencia militar en el Pacífico y desencadena una guerra comercial a gran escala, con sanciones y restricciones tecnológicas. Por otro lado, baja los tonos y se declara amigo de Xi Jinping.

Con Rusia mantiene un doble juego entre cooperación y rivalidad. Por un lado, elimina algunas sanciones económicas, lo que favorece las relaciones directas con Moscú; por otro, intenta reducir la dependencia energética de Europa respecto a Rusia, promoviendo el gas estadounidense. Mientras sigue prestando ayuda a Ucrania, se declara amigo de Putin y respalda sus pretensiones.

Frente a Irán, aplica una estrategia de máxima presión mediante bloqueos económicos y amenazas militares para forzar un cambio de régimen. Se alinea con Israel y Arabia Saudí para aislar al país. Sin embargo, en contradicción con sus principios de reducción de compromisos militares, no descarta una posible intervención militar selectiva para eliminar la infraestructura nuclear iraní.

En conclusión, puede afirmarse que nos dirigimos hacia una América más autoritaria y conflictiva. Trump está tratando de transformar los Estados Unidos en un estado más centralizado, económicamente proteccionista y

socialmente conservador, mientras que, a nivel global, pretende revisar los equilibrios geopolíticos con un enfoque unilateral y agresivo, augurando un mundo en el que las tres grandes potencias armadas: Estados Unidos, China y Rusia, se reparten territorios estratégicos según sus intereses nacionales. Su proyecto aumenta la polarización interna, con riesgo de protestas y enfrentamientos institucionales, compromete las relaciones con aliados tradicionales y favorece un mundo más fragmentado e inestable. Esto puede llevar a un declive del papel global de Estados Unidos, con China y otros Estados de vocación imperial preparados para llenar el vacío dejado por los estadounidenses.

Estamos en los años de la “tormenta” pronosticada por George Friedman, y el futuro de Estados Unidos y del mundo hoy no parece claro; el rostro de la“calma” que le seguirá dependerá en gran medida de la capacidad de resistencia de las instituciones y de la sociedad civil estadounidense para contener las ambiciones y las políticas revolucionarias de Trump.